Luis Ramón
Madrid 10 de abril, 2022
Aprovechamos el vuelo directo de Monterrey a Madrid. La sala de espera parecía una sucursal de Arboleda y muchos sampetrinos, al igual que nosotros, pasarían semana santa en la Madre Patria. Una verdadera comodidad no tener que hacer escala y menos aún en la ciudad de México.
Madrid nos recibió con un clima inigualable. Temperatura de 17 grados, sin trazos de lluvia y un sol tierno que daba justo para sentir un calorcito sabroso. Nos hospedamos en el mítico y tradicional, Hotel Wellington en la esquina de Velásquez y Villanueva. A dos cuadras de la Puerta de Alcalá. Que afortunadamente tenía una de las dos habitaciones listas desde las ocho de la mañana, así que pudimos hacer frente al “jetlag” con mayor aplomo.
Sábado por la tarde, ya recuperados, a comer en algún sitio de Serrano. En la noche jugaba el Madrid contra el Getafe en el Bernabéu. Aproveché para una noche de padre e hijo y que había todavía boletos en la taquilla. Adquirimos dos lugares en los palcos en los que tradicionalmente se sientan Florentino y los suyos. El partido bueno, sin más. Una abismal diferencia entre ambos conjuntos, misma que se nota y lo hacen notar. No solo en las nóminas, sino en el juego. Los merengues aún sin “despeinarse”, pasan por encima del conjunto de las afueras de Madrid, sin que estos hubieran hecho un tiro al arco.
Una liga basada en el mérito y no solo en el presupuesto. En la que todos los partidos son importantes y no se pueden dejar puntos en la mesa, con empates sosos. Muy diferente a la LigaMX, en que el Mazatlán o el Querétaro pueden sorprender a los Rayados o a los Tigres, con un plantel 10 o 15 veces inferior. Y puedes clasificar a la “liguilla”, quedando en lugar 12 de 18. De futbol y los partidos de la Champions, que estuvieron de alarido, hablaré en otra crónica.
El domingo era día de toros. Puede ser que muchos no comulguen con este arte y tradición. Los entiendo y los respeto. Pilar, una amiga de mi hija, nos había conseguido las entradas a Las Ventas. Una madrileña de libro de texto. Gesticuladora, coñidiciente, elegante, habladora y mal hablada y una gran apasionada a la fiesta brava.
Llegó puntual a las cuatro treinta. Nos tomamos un vermusito, mientras nos detallaba sus peripecias en estos dos años de ausencia parcial de corridas de toros. Ella conocía a todos y todos la conocían a ella.
Para esa corrida de Domingo de Ramos, la primera espectacular del año, se anunciaba una encerrona con Emilio de Justo. Un matador de Extremadura, la figura actual del toreo español, que ha triunfado y salido en hombros por la Puerta Grande, ya en tres ocasiones. Emilio y todo su equipo se hospedaban en el Wellington y Pilar nos animó a que lo esperáramos y nos tomásemos fotos con ellos.
Uno a uno, ya completamente vestidos fueron bajando por el elevador, sus picadores, banderilleros y subalternos. Y Pilar, como lo había prometido, nos los presentaba y sacaba fotos con los actores de la tarde. Exactamente a las cinco de la tarde, se abrieron las puertas del ascensor principal y bajó Emilio de Justo. Traje negro, destellantes de plata y chaleco en oro. Pelo negro y engomado. Los fotógrafos dieron rienda suelta a sus cámaras y flashes. Sin mayor pena, Pilar le pidió que posará junto con sus amigos de México. Teníamos la foto con el estrella principal.
No tuve tiempo de analizar a detalle su semblante, pero el reflejo en la foto se notaba serio, concentrado y tal vez un tanto nervioso. Meses de preparación y gran expectativa. Sería el único hombre del mundo que ese Domingo de Ramos, se dirigía a matar seis fieras, con su espada.
La plaza de Las Ventas es un ensueño. De estilo árabe mudéjar, con ladrillo rojo y sus puertas con arcos que bien pueden estar en La Alhambra. Escudos con mosaicos multicolores con todas las provincias españolas. Es la más grande de España y la tercera del mundo, después de la México y de la de Caracas. Con Pilar como guía, nos quitamos un “mogollón” de fila y entramos a nuestros asientos en el primer tendido de Sol, justo a un lado de la puerta de toros. Solo estar ahí, era ya un sueño cumplido.
El sol que la semana pasada había brillado por su ausencia, aparecía radiante y parecía que no quisiese perderse el espectáculo. Las banderas ondeaban con viento del sur, provenientes de Toledo. Los tendidos lucían un aspecto esplendido y nosotros, cerveza en mano, listos para la corrida.
Se lidiarían seis toros cinqueños, de diferentes ganaderías, todos de cerca de 600 kilos. A las seis en punto, cuando Emilio de Justo apareció por el portón de cuadrillas, los tendidos se levantaron con clamor de ola, una ovación ensordecedora, una especie de ruido de tribu al ataque.
Saltó el primero, cárdeno, grisáceo, que parecía más bien a un búfalo africano. El rugido de la afición puesta en pie con las verónicas de saludo. Buenas varas. El banderillero Chacón, que Pilar nos había presentado en el hotel, se recreó en el segundo par y ya mero no alcanza el burladero.
Emilio de Justo, brindó al cielo y ofreció a la izquierda. Puso la montura en la arena, evitando algún golpe de suerte. Buenas series, de bárbara intensidad y los oles roncos adquirieron solidez. Quedaba matarlo. La profesión equivocadamente se le confunde con la de torero, cuando es la de: Matador. Se perfiló en la suerte contraria y con tanta enjundia que salió de una voltereta, que casi sonó contra el suelo. El toro lo embestía con sus pitones al suelo. Cuando los capotes de los ayudantes hicieron el quite, el matador corrió hacia las tablas, con el toro muriéndose tras de él.
Estuve a punto de grabarlo todo y tuve el ángulo perfecto. Decidí de último momento y sin saber lo que pasaría, bajar el iphone y apreciarlo con mis propios ojos. En esta ocasión, tal vez hubiera merecido la pena. Todos nos quedamos estupefactos y pensamos que lo había cornado en el muslo.
Se sentó reventado, casi recostado en las tablas, agarrándose el cuello. Entre varios lo llevaron cargando a la enfermería. Pasó frente a nosotros. Noqueado. Tras de él, el empresario y el gerente de la plaza, con caras de incredulidad. Las Ventas pasó de una algarabía total a un silencio sepulcral. Yo bajé al baño. Escuché por el megáfono, que Emilio de Justo, no podría continuar.
A veces, ante las fechas más esperadas surgen los mayores imprevistos. Horas y días de preparación, de anhelos, de verse nuevamente saliendo en hombros. Su aventura terminaba, de manera que nadie lo había imaginado.
Mientras esperaba que me abrieran las puertas para pasar a mi lugar, llegaron corriendo y en el mayor estado de desesperación los familiares de Emilio a las puertas de la enfermería. Los oficiales haciendo su trabajo, aunque pareciera insensible e inhumano, no les permitieron pasar. Los gritos de angustia, colera y coraje, no se hicieron esperar. Una lucha de emociones humanas, unos queriendo saber que ha pasado con su ser querido, otros haciendo respetar su trabajo. Cabe aclarar que estos últimos, según me confesaron posteriormente, con más de 36 años en la plaza y un sin número de corridas a sus espaldas.
La empresa anunció que el “sobresaliente” Álvaro de la Calle, tendría la responsabilidad de continuar con los siguientes cinco astados. Se antojaba trágico. No entiendo porque para un evento de esa magnitud, se tiene a un “sobresaliente”, como reemplazo. Profesional si, pero sin la experiencia y dudosa capacidad para resolver. Como pudo, con trancas y barrancas, los mató. Que no fue poco. El cuarto de la tarde fue una delicia.
A diferencia de la Monumental Monterrey o de la Plaza México, nadie del público se marchó y la diferencia para respetar normas y tradiciones, también diametralmente opuestas. Todos callados a la hora de matar, ningún vendedor tratando de empujar su vendimia, la banda de música atenta a los trazos del torero. Disfrute muchísimo al igual que lo he hecho en la feria de Sevilla.
A las nueve de la noche, la luna hacía su aparición, venciendo a un sol, que había luchado ferozmente en los tendidos, como avisando que el espectáculo tenía que terminar. A pesar de que hubo grandes faenas, la atmosfera no fue la misma, desde la voltereta de Emilio. Una justa que dejó inconclusa.
De regreso al hotel, encontramos su camioneta estacionada. Todavía con carteles promocionando la corrida. Nos informan que sufrió graves fracturas en las cervicales. Pero que con el tiempo se podrán recuperar.
Esa noche, nos fuimos todos a un piano bar. Españoles, mexicanos, dominicanos, peruanos y ecuatorianos, todos alrededor del piano a cantar canciones de ayer, de hoy y de siempre. Pero mientras estas sonaban, mi cabeza no dejaba de pensar en Emilio de Justo y Álvaro de la Calle.
Aún con todo mi esfuerzo, mi dedicación y mi nivel de detalle, ¿Cuántas veces he planeado algo, que no llega a realizarse como tal? ¿Cuántos sueños se han quedado en el camino, por situaciones a veces ajenas a mí?, y de esto y más importante, ¿Cómo he respondido cuando esto sucede?
Y de manera contraria, ¿Cómo he respondido, cuando no esperaba algo y se presenta una única oportunidad en mi camino? ¿He estado dispuesto a enfrentarla?
A nivel empresarial, ¿Tengo un plan alternativo para situaciones críticas?, ¿Estoy preparando a mis sustitutos? A alguien que entre al quite. ¿O sigo creyendo que seré eterno e infalible y nadie me podrá reemplazar?