Luis Ramón
“Sanuk, Sabai, Saduak”
“Sé feliz, permanece sereno, conténtate con aquello que la vida te ofrece”
Forma de vida del tailandés
El vuelo de Air Nippon Airways (ANA), salió puntual de la puerta 141, que resultó ser la más alejada de todo el aeropuerto. El diseño y despliegue de los asientos, mucho más conveniente y apropiado para una “business class”.
Así mismo, el trato de las chicas fue más eficaz y sobre todo mucho más amable y servicial. Supongo que una copia del caso Ipade de las “Singapore Girls”, que hicieron famosa a esa aerolínea. Un vuelo de poco más de siete horas. Tan solo una hora menos que cruzar el Atlántico. Cuando vuelas estas distancias en vertical de verdad te asombras de lo grande que es el mundo.
El aeropuerto Suvarnabhumi (BKK), se construyó en 2006 y recibe casi 47 millones de pasajeros al año. Limpio, ordenado y con esculturas doradas de elefantes y budas te da la bienvenida. Hay una fila para tramitar tu visa en línea al llegar, que afortunadamente ya habíamos hecho desde Monterrey y pudimos evitar. El trámite de migración fue sencillo, pero había una larga fila.
A nuestra salida, ya nos esperaba con el letrero de González/Marcos, la recepcionista de la agencia. “Perdón, había muchos nombres en su reserva”, se disculpó de inmediato. Se presentó como Tina o eso fue lo que entendimos y nos dirigimos a tomar nuestra camioneta. No pudimos dejar de asombrarnos con el parecido físico que guardaba Tina con muchas empleadas domésticas de casa, a pesar de que las separan más de 14,000 km de distancia. Misma forma de cara, mismo color de cabello y piel, misma complexión.
La camioneta que nos transportó parecía una combi de la ciudad de México. Peluches, adornos en todas las ventanas, color dorado por dentro y con muchas bocinas. En el trayecto hasta el St. Regis pudimos observar una metrópolis, en la que se yerguen rascacielos por doquier bajo una atmósfera contaminada donde se puede observar la polución a toda hora. Niveles de calidad del aire peores que Monterrey. Bangkok es la capital de Tailandia y en su zona conurbada alberga a unos 14 millones de personas. El tráfico se siente infernal.
El St. Regis está ubicado en la avenida Rajdamri junto a los demás grandes hoteles de cadena de ese nivel. Es un edificio de más de 25 pisos. Los primeros 14 son departamentos residenciales con un valor de 15,000 dólares el m2, todos con vistas al hipódromo. En el óvalo central está un campo de golf privado de 9 hoyos pares tres. Así que la vista del “rooftop” era magnífica y el sol estaba justamente acostándose dejando tras de sí un anaranjado muy bello. El clima era inmejorable, una temperatura de 25 grados aproximadamente con una brisa suave. El aroma que despedían los perfumes del hotel daba una sensación de real lujo.
Aún cuando pudimos descansar muy bien en el vuelo, decidimos pasar de inmediato a cenar. En la balanza pesaba más el hambre y el sueño que las ganas de turistear. Solo estaba abierto el buffet del piso 15. ¡Qué buffet! En los extremos estaban los platos fríos: sushi, quesos, embutidos, ensaladas y postres. En el centro había una cocina abierta donde depositabas un boleto con el número de tu mesa y ahí mismo te cocinaban tu platillo: Langosta, camarones de río, costillas de cordero, chuletas de puerco, pasta, varios tipos de pescado. Así que la comida llegaba recién cocinada y caliente. Además de un rincón tailandés, chino e indio. Probé casi todo con singular alegría, no era un platillo bien adornado, pero todo tenía muy buen sabor y bien cocinado, que para mí es lo más importante.
El cuarto del St. Regis resultó oscuro, sobrio y elegante. Con un pasillo de 5 metros para llegar a él. El ventanal daba a otros gigantescos edificios de departamentos. La cena me dio algo de energía y decidí irme a nadar. Disfrute muchísimo una piscina de 20 metros iluminada desde el fondo, como si estuvieras entrando a la velocidad de la luz en una película de Star Wars, de otra galaxia, nadando al aire libre bajo una noche estrellada.
El desayuno, al igual que la cena anterior, fue buenísimo y con la misma mecánica. A las ocho en punto ya nos esperaba nuestra guía en el lobby. Con un refinado español aprendido en la Universidad de Bangkok y posteriormente estilizado en Madrid, comenzó a darnos lecciones de Tailandia. Tenía prisa en llegar al templo, pues a las nueve supuestamente comenzaban los cantos budistas.
Las calles de Bangkok son como las imaginé. Caóticas con motocicletas rebasándote por ambos lados, tuk tuks estacionados en lugares indebidos, semáforos desincronizados, cables de fibra óptica a reventar en todos los postes. Nadie se inmuta con este desorden que resulta ordenado.
Atravesamos el barrio chino que como todo barrio chino de cualquier ciudad del mundo, inicia con una puerta roja y se convierte en un mercado de intercambio de comidas y souvenirs conforme avanza el día. Otro mercado, el de las flores, con un abanico de colores que iban desde el blanco hasta el rojo, pasando por un fuerte amarillo de la flor Cempasúchil, así la presentaron y que al igual que en México la usan para sus ofrendas.
Llegamos a la zona del templo de Wat Pho, que en realidad alberga varios templos. Llegamos a donde supuestamente oiríamos los cantos para encontrarnos con un gran letrero que anunciaba que ese día no habría canto. Mmmmm que lástima. Fuimos tomando las fotografías de rigor, con los budas en todas las posiciones. El primer templo es más bien una capilla de nichos, cada buda fue donado por alguna familia, y debajo de él, se encuentran las cenizas de sus muertos. Hay budas totalmente bañados en hoja de oro, otros solo la cabeza y otros totalmente negros o blancos. Aun cuando los familiares patrocinadores vivos los quieran diferenciar, las cenizas de las tres categorías son iguales.
Y justo antes de salir, ¡Oh sorpresa!, no había cantos, pues había una ceremonia real de ordenación de un joven monje. Así que nos tocó en lugar de un canto turístico, una ceremonia original. Los familiares del muchacho estaban sentados en el lado derecho del templo, en el izquierdo los monjes adultos y el iniciado con la cabeza recién trasquilada y una cara donde podía adivinarse que explotaba de los nervios.
Todos con sus brillantes túnicas amarillas de un hombro al aire, entonaron sus cánticos con mucha armonía, habría que reconocerlo, agitaron incienso, se hincaron y acuclillaron para que en algún momento del ritual el novicio finalmente se convirtiera en monje. Nuestra guía, nos comentó que el ideal sería que al menos una vez en la vida, los hombres tengan la experiencia de ser monjes, aunque sea por unos meses. Es un pensamiento que tendré que rumiar por algún tiempo. La ceremonia pese a ser de otra religión, contaba con costumbres similares a las conocidas.
Luego caminamos hacia el templo Wat Pho, que en realidad se llamaba “Wat Phra Chetuphon Vimolmangklararm Rajwaramaha Viharn”, no exagero, todas estas letras, también conocido como el “templo del buda inclinado”. Y mejor no digo como se llama en realidad Bangkok, pues son más de 21 palabras, que resumen como “Krung Thelp, la ciudad de los ángeles”. Con el perdón de los budistas, esto parece más bien una parada de Disney que un lugar de oración. Nadie parecía estar rezando nada.
Un buda recostado y su cabeza detenida en su hombro en una posición cómoda. 47 metros de largo y 15 de alto. Sus pies miden 5 metros de alto y 3 de ancho, con 108 figuras labradas en las plantas, con el mismo número de vasijas para recoger limosnas. Techado bajo un techo labrado en color rojo y adornado por arriba con las típicas serpientes doradas que descienden de las puntas que están en todos los templos. Las serpientes supuestamente protegen al recinto.
En las paredes de los nichos, se encuentra grabada la historia de la Helena de Troya tailandesa, en ese entonces todavía Siam. Marca una guerra entre dos bandos, porque uno se robó a la mujer más bella del otro. Peleas en elefantes, caballos, en los ríos y en las montañas se muestran a todo lujo y detalle. “Seguramente una pelea mitológica” me hace saber María, así prefiere llamarse nuestra guía, quien desea pasar de incógnito, por razones que revelaré más tarde.
El lugar comenzaba a abarrotarse. No pude distinguir de donde llegaba tanto turista y menos distinguir a los asiáticos. China es el país que más turismo aporta y ya con la apertura de Covid, regresaron como marabunta. El clima era inmejorable y arriba de la capa de smog se notaba un sol reluciente con una temperatura que andaría en los 25 grados y una brisa que el río refrescaba. Gracias a esto el caminar entre los templos no resultaba fastidioso. Supongo que en pleno verano y a medio día, debes de terminar empapado y amontonado.
Cruzamos en un ferry tailandés el río Phraya para llegar al otro extremo, donde se encuentra el Wat Arun, el “templo real” o “templo del amanecer” con una torre de casi 80 metros que simboliza al Monte Meru, el lugar más sagrado del budismo. Antes de entrar están dos demonios de 10 metros de alto, con cara de dragones, uno verde y otro blanco, armados con largas espadas, al igual que las serpientes con la misión de proteger.
- ¿Por qué demonios?, si los demonios son malos. - preguntó mi esposa.
- En Tailandia no somos racistas y si somos tolerantes. Pensamos que no hay criatura mala, todos podemos elegir ser buenos o malos, hasta los demonios. - contestó María de manera enfática. Otra respuesta, que de bote pronto la doy por buena y la comparto, pero que al mismo tiempo da para mucha introspección.
El chofer nos esperaba a la salida y entre tanto laberinto de gente, motos, tuktuks y carros no supimos cómo lo hizo, pero estábamos nuevamente de regreso al otro lado del río para conocer el templo del buda de esmeralda. Al igual que en los otros, en realidad son series de templos o capillas. El templo principal alberga a un buda de una sola pieza de jade, de más o menos metro y medio de alto. Está montado en un altar de unos 10 metros de alto, en una especie de catedral bien adornada y labrada en todos los costados.
En este no se pueden tomar fotografías y como en todos los anteriores hay que descalzarse, dejando los zapatos afuera en estantes dispuestos para ello. A pesar de esto, no hay olores y muchos entran incluso sin calcetines. Hay una fotografía de la hermana del rey, que se encuentra enferma, para que los fieles hagan una oración por ella. El buda de jade es un maestro de la moda. Siempre está vestido y tiene ropajes de oro para cada estación. No tantos como el niño de Praga, pero seguramente más lujosos. No es broma.
Por último caminamos rumbo al palacio real. Afuera hay fotografías del rey actual con su cuarta esposa y el padre de éste que falleció en 2016. Le hago preguntas a María, acerca de la monarquía, sus monarcas y ¿qué opina de ellos? Me responde que en Tailandia existe la ley “Lése-majesté”, que significa que no pueden hablar mal de la familia real y menos en público. Tal vez en privado y en español, me dé luego su opinión. Por eso guardo en secreto su nombre. Imagino que sería el sueño de nuestro “Peje”. ¿Cuánta inseguridad debes tener para promulgar una ley así? ¿Y también qué clase de corrupción e ineptitud se debe manejar?
El palacio resultó un fraude incluso para los tailandeses. El arquitecto que contrataron en el siglo 19 simplemente copió el palacio de Buckingham y cuando lo descubrieron huyó del país. Posteriormente los tailandeses decidieron poner los tradicionales techos picudos, dorados y con formas de serpientes, en lugar del techo original inglés. Por cierto, los colores de los techos de los templos son los mismos que los 7-eleven, que como Oxxos, pululan en las calles.
Nos quedamos en el gigantesco centro comercial One World, que está cerca de nuestra avenida. Ahí buscaríamos donde comer. Un centro de ocho pisos con tiendas de todas clases y naturalezas. Dos “food courts”, uno simple en el piso dos y uno más sofisticado en el piso ocho. Nos dirigimos a éste. Escogimos un restaurante tailandés, que nos gustó mucho. No tan picante, no tan condimentado. Especial para mi paladar, a un precio sumamente razonable y con atmosfera cálida que no parecía situarse en un mall. Posteriormente partimos hacia el hotel en un tuktuk que nos cobró 100 Bht ósea 3 USD.
Dudamos de ir al tour nocturno que nos habían reservado. Un paseo en lancha bordeando el río Chao Phraya con cena incluida. 45 minutos entre el St. Regis y el Anatara, que era donde partía la embarcación. 45 minutos entre el tráfico y observando modernos puentes colgantes entre los dos ríos y motociclistas arriesgando el pellejo para ser los primeros en salir del semáforo una vez que se ponga en verde.
A las 7:02 nos subieron a los 20 pasajeros registrados y sin mayor aviso de reglas de seguridad -por fortuna- emprendimos la travesía que tenía una duración de dos horas exactas. La mezcla de turistas era completamente heterogénea y seguramente podríamos haber sacado un ADN universal del ser humano si los revolvíamos a todos. Unas tres parejas de europeos, pero que no eran del mismo país. Dos familias de asiáticos. Una más de la India o por ahí. Dos de la península arábiga y una más africana. Y representando al continente americano nosotros y nuestros vecinos de Nueva York. Un mundo global en una lancha de madera.
El paseo resultó encantador. Los templos que vimos por la mañana, ahora iluminados brillaban para ofrecer un precioso contraste, entretejiendo un tapiz multicolor de formas y colores. Combinado por el moderno club de yates, un centro comercial gigantesco, el Siamcom, con monstruosas tiendas de lujo: Hermes, Chanel, Dior entre otras en tamaño mayúsculo. Las sucursales de Las Vegas parecían miniatura en comparación con estas. Otros hoteles de lujo como El Península y el Mandarín Oriental también daban al río. Todo este lujo estaba entrelazado con restaurantes locales que lucían llenos y algunas casas habitación ocasionalmente desperdigadas donde se apreciaba a los locales tomando una cerveza descansando en sus terrazas. Y la cena tailandesa que temíamos estuviera mala, fue de nuestro agrado.
De regreso al hotel, le pedimos a Tina que nos dejará en el Patpong, la famosa calle con comida nocturna y que María la había descrito como “la calle con chicas atrevidas” a lo cual comentaba “El señor me entendió”. Las comidas no se antojaron, los puestos más que de souvenirs eran de malas falsificaciones y muchos ambulantes promoviendo el “menú” de las chicas atrevidas. Esto fue bastante repugnante y deplorable por lo que prefiero ni siquiera mencionar los “platillos” a escoger. Lo más triste de todo, fue ver a las pobres niñas, sentadas en los cabarets esperando a la clientela. Seguramente y sólo por regla oficial serían mayores de 18 años, pero muy apenas. Todavía se veía en sus caritas un dejo de inocencia. Salimos corriendo lo más rápido que pudimos. Contratamos un tuk tuk que nos llevará al hotel.
Teníamos todavía energía y nos sentamos en la barra del Zuma, bonito y famoso bar, que tiene sucursales en St. Tropez, St. Moritz, Nueva York, Madrid y otros icónicos lugares. Batallamos para pedir un cocktail sin alcohol, pero nos inventamos algunos y de pasada le enseñamos algo al bar tender. Un DJ mezclaba música moderna y la atmósfera era cosmopolita. A lo lejos estaban dos chicas que a leguas se notaban atrevidas pero con ropas y modales refinados. La conversación giró alrededor de este tema. Aún con la misma profesión -ya sea elegida o como única medida de salir de un ambiente de pobreza-, ¿Qué gran diferencia hace el dinero?, ¿Qué diferencia había en las que buscaban clientes en el Zuma y las que esperaban en la calle de Patpong? Nadie elige donde nacer. ¿Por qué entonces juzgar?
Al día siguiente nos recogerían muy temprano y debíamos ser puntuales, así que después de un par de tragos nos fuimos a dormir. María, estaba ya puntual esperándonos en el lobby a las 7:00 am. Muy ordenados, ya habíamos devorado un gran desayuno. “Estoy preocupada por llegar a tiempo” nos decía. “Hay mucho tráfico y el tren pasa a las 8:30 en punto”. Yo no sabía de qué hablaba, no tuve la precaución de leer el programa. Había que hacer un recorrido a las afueras de Bangkok para llegar al mercado ferroviario de Maeklong.
Este mercado tiene la peculiaridad de que el tren lo cruza por en medio varias veces al día. Los estanquillos y puestos están a centímetros de las vías y los comerciantes tienden sus productos en la orilla de las vías. Cada vez que el ferrocarril está por llegar, los vendedores reconocen el timbre de advertencia y saltan de sus sillas para retirar los techos y sus productos. Frutas, souvenirs, mascadas y quedan ya muy pocos puestos originales vendiendo especias y animales para comer. Algunos de ellos -las frutas, por ejemplo- se quedaban en el suelo por lo que el tren les pasaba por encima. A nosotros nos asignaron asientos de primera fila, por decirlo de alguna manera. Pagamos el boleto en un café, mientras pasaba el tren, todos los turistas aprovechamos para hacer el video con el tren en nuestras narices. Una vez que pasaba, los vendedores regresaban toda su mercancía a las vías y volvían a poner los techos, como si nada hubiera pasado por ahí. Ciertamente el comercio siempre encuentra los resquicios para mantenerse.
Compramos una fruta que la comadre Paty, que vivió en Yakarta y especialista en el sudeste asiático, nos había dicho que no la podíamos dejar de probar: los mangostinos. En la obra de Verne, Paspartú se los ofrece a Fog al bajar del Rangoon y los llama mangustos. “Aparentemente son como manzanas, pero mucho más sabrosos” le dice.
Posteriormente nos fuimos al otro extremo de la ciudad a ver otro mercado. El flotante en Damnoen Saduak. Fuimos tempraneros y llegamos todavía con lugar para estacionar la minivan donde ya nos esperaba nuestra góndola. En una serie de canales estilo venecianos se encontraban diversos puestos de souvenirs en sus bordes y similar a Xochimilco, pasaban trajineras locales vendiendo cervezas y frutas.
Nuestra góndola la llevaba a un solo remo una señora de unos cincuenta y tantos años, todavía fuerte y aprisa. Después de Covid, permitieron que navegaran góndolas con motor, que son un desastre. Fuimos de los primeros en llegar y aún así, habían ya canales que se veían colmados de embarcaciones generando un tráfico similar al de las calles. Por lo visto, en Bangkok, el tráfico es el común denominador.
Regresamos al hotel para disfrutar una tarde de piscina en el piso 15. Un reparador baño en el SPA y nos dirigimos al Siroco. María nos advirtió que sería caro y nos explicó que ahí se filmó una de las más famosas escenas de la película “Hang Over 2”. Llegamos puntuales a las 6:30 al lobby del hotel Lebua y el restaurante estaba en la terraza del piso 64.
En realidad, la terraza era el restaurante. Es un magnífico “roof top” con cócteles y una barra transparente, lo cual sería una pesadilla si sufres de vértigo. Tiene una magnífica vista a toda la ciudad por lo que pudimos apreciar nuevamente un anaranjado atardecer y como se iban iluminando los templos y encendiendo las luces de la metrópoli entre dos ríos. Una gastronomía mundialmente famosa y que no fue difícil de comer e incluso disfrutar. Nos atendió una mesera mexicana que estaba haciendo sus prácticas en Bangkok. La cena en verdad fue costosa, prefiero omitir el precio que pagamos. Mismo que promediaré en mi mente, con las cenas que no tuvimos en Tokio.
Encontré un país orgulloso de sus costumbres y tolerancia. Orgullosos de saber que nunca han sido conquistados. Aún en la época de la colonia, “Sus reyes eran más inteligentes, para dejarse cortar brazos y piernas, pero mantener el cuerpo propio”, frase que me comentó María en referencia a que entregaron antes Camboya y Laos a Francia, a cambio de mantenerse independientes. Un país famoso por sus operaciones de cambio de sexo y su vida nocturna ajetreada. Una etnia multicolor, casi multirracial. Muchos con rasgos asiáticos pero con piel más aperlada e incluso oscura, mezclados además con rasgos indios, árabes y polinesios. Seguramente esta confluencia de razas amalgama esa tolerancia que pregonan. Todos siempre con una sonrisa en la boca y atentos a ayudar.
Siguiente parada, una playa en Tailandia.
“Sanuk, Sabai, Saduak”
"Be happy, remain serene, be content with what life offers you"
Thai way of life
The Air Nippon Airways (ANA) flight left on time from gate 141, which turned out to be the furthest from the entire airport. The design and deployment of the seats, much more convenient and appropriate for a "business class".
Likewise, the treatment of the girls was more effective and above all much more friendly and helpful. I guess a copy of the Ipade case of the “Singapore Girls”, who made that airline famous. A flight of just over seven hours. Just one hour less than crossing the Atlantic. When you fly these distances vertically you are truly amazed at how big the world is.
Suvarnabhumi Airport (BKK), was built in 2006 and receives almost 47 million passengers a year. Clean, tidy and with golden sculptures of elephants and Buddhas welcomes you. There is a line to process your visa online upon arrival, which luckily we had already done from Monterrey and were able to avoid it. The migration process was easy, but there was a long line.
On our way out, he was already waiting for us with the sign of González/Marcos, the agency's receptionist. "Sorry, there were a lot of names on her reservation," she immediately apologized. She introduced herself as Tina or that's what we understood and we headed to get our truck. We couldn't help but be amazed at the physical resemblance that Tina bore to many housekeepers, despite the fact that they are separated by more than 14,000 km. Same face shape, same hair and skin color, same complexion.
The van that she transported us looked like a combi from Mexico City. Stuffed animals, decorations on all windows, gold color inside and with many speakers. On the way to the St. Regis we were able to observe a metropolis, in which skyscrapers rise everywhere under a polluted atmosphere where pollution can be observed at all hours. Air quality levels are worse than Monterrey. Bangkok is the capital of Thailand and its metropolitan area is home to some 14 million people. The traffic feels hellish.
The St. Regis is located on Rajdamri Avenue next to the other big chain hotels of that level. It is a building of more than 25 floors. The first 14 are residential apartments with a value of 15,000 dollars per m2, all with views of the racetrack. In the central oval is a private golf course with 9 holes, par three. So the view from the "rooftop" was magnificent and the sun was just setting, leaving behind a very beautiful orange. The weather was excellent, a temperature of approximately 25 degrees with a light breeze. The aroma given off by the hotel perfumes gave a feeling of real luxury.
Even though we were able to rest very well on the flight, we decided to go immediately to dinner. Hunger and sleep weighed more in the balance than the desire to tour. Only the 15th floor buffet was open. What a buffet! At the extremes were the cold dishes: sushi, cheeses, sausages, salads and desserts. In the center there was an open kitchen where you deposited a ticket with your table number and right there they cooked your dish: Lobster, river shrimp, lamb ribs, pork chops, pasta, various types of fish. So the food came out freshly cooked and hot. In addition to a Thai, Chinese and Indian corner. I tasted almost everything with singular joy. It was not a well decorated dish, but everything had a very good flavor and was well cooked, which for me is the most important thing.
The room at the St. Regis was dark, understated, and elegant. With a corridor of 5 meters to reach it. The picture window overlooked other gigantic apartment buildings. Dinner gave me some energy and I decided to go swimming. Thoroughly enjoy a 20 meter pool lit from the bottom, as if you were entering at the speed of light in a Star Wars movie, from another galaxy, swimming outdoors under a starry night.
Breakfast, like the previous dinner, was great and with the same mechanics. At eight o'clock our guide was already waiting for us in the lobby. With a refined Spanish learned at the University of Bangkok and later stylized in Madrid, he began to give us lessons on Thailand. He was in a hurry to get to the temple, since at nine o'clock the Buddhist chants supposedly began.
The streets of Bangkok are as I imagined them. Chaotic with motorcycles passing you from both sides, tuk tuks parked in the wrong places, out of sync traffic lights, fiber optic cables bursting at all the posts. Nobody is moved by this disorder that is ordered.
We cross Chinatown, which, like every Chinatown in any city in the world, begins with a red door and becomes a market for exchanging food and souvenirs as the day progresses. Another market, the flower market, with a range of colors ranging from white to red, passing through a strong yellow of the Cempasúchil flower, that is how they presented it and that, as in Mexico, they use it for their offerings.
We arrived at the Wat Pho temple area, which is actually home to several temples. We got to where we were supposed to hear the songs to find a large sign announcing that there would be no singing that day. Hmm, what a pity. We were taking the usual photographs, with the Buddhas in all positions. The first temple is more of a niche chapel, each Buddha was donated by a family, and under it are the ashes of their dead. There are Buddhas completely bathed in gold leaf, others only the head and others totally black or white. Even when the living sponsoring relatives want to differentiate them, the ashes of the three categories are the same.
And just before leaving, oh surprise!, there were no songs, because there was a real ceremony of ordination of a young monk. So he played us instead of a tourist chant, an original ceremony. The boy's relatives were seated on the right side of the temple, on the left the adult monks and the initiate with his recently shaved head and a face where one could guess that he was exploding with nerves.
Everyone in their bright yellow one-shouldered tunics sang their chants with great harmony, it must be recognized, they waved incense, knelt and squatted so that at some point in the ritual the novice finally became a monk. Our guide told us that the ideal would be for men to have the experience of being monks at least once in their lives, even for a few months. It's a thought I'll have to ruminate on for a while. The ceremony, despite being from another religion, had customs similar to those known.
We then walked to Wat Pho temple, which was actually called “Wat Phra Chetuphon Vimolmangklararm Rajwaramahaviharn'', I am not exaggerating, all these letters, also known as the “temple of the leaning buddha''. And I better not say what Bangkok is actually called, since there are more than 21 words, which summarize as "Krung Thep, the city of angels". Pardon the Buddhists, this seems more like a Disney stop than a place of prayer. No one seemed to be praying anything.
A reclining Buddha and his head resting on his shoulder in a comfortable position. 47 meters long and 15 high. Its feet are 5 meters high and 3 meters wide, with 108 figures carved on the soles, with the same number of vessels to collect alms. Roofed under a roof carved in red and adorned on top with the typical golden snakes that descend from the points that are in all the temples. The snakes supposedly protect the enclosure.
On the walls of the niches, the story of the Thai Helen of Troy, then still Siam, is engraved. It marks a war between two sides, because one stole the other's most beautiful woman. Fights on elephants, horses, in rivers and in the mountains are shown in great luxury and detail. “Surely a mythological fight” María lets me know, as she prefers to call herself our guide, who she wants to go incognito, for reasons that I will reveal later.
The place was starting to get crowded. I could not distinguish where so many tourists came from and even less distinguish the Asians. China is the country that contributes the most tourism and already with the opening of Covid, they returned as a crowd. The weather was unbeatable and above the layer of smog you could see a shining sun with a temperature that would be around 25 degrees and a breeze that the river cooled. Thanks to this, walking between the temples was not annoying. I guess in the middle of summer and at noon, you must end up drenched and piled up.
We cross the Phraya River on a Thai ferry to reach the other end, where Wat Arun is located, the "royal temple" or "temple of dawn" with a tower of almost 80 meters that symbolizes Mount Meru, the holiest place on earth. buddhism. Before entering there are two demons 10 meters high, with the faces of dragons, one green and one white, armed with long swords, just like snakes with the mission of protecting.
- Why demons?, if the demons are bad. - asked my wife.
- In Thailand we are not racist and we are tolerant. We think that there is no bad creature, we can all choose to be good or bad, even the demons. - Maria answered emphatically. Another answer, which I soon accept as good and share it, but at the same time it allows for a lot of introspection.
The driver was waiting for us at the exit and among all the maze of people, motorcycles, tuk tuks and cars we didn't know how he did it, but we were back on the other side of the river to see the temple of the emerald Buddha. As in the others, they are actually a series of temples or chapels. The main temple houses a one-piece jade Buddha, about five feet tall. It is mounted on a high shrine about 10 meters high, in a kind of cathedral well decorated and carved on all sides.
In this one you cannot take pictures and as in all the previous ones you have to take off your shoes, leaving the shoes outside on shelves arranged for it. Despite this, there are no odors and many enter even without socks. There is a photograph of the king's sister, who is ill, for the faithful to say a prayer for her. The jade Buddha is a master of fashion. He is always dressed and has golden robes for every season. Not as many as the boy from Prague, but surely more luxurious. It is not a joke.
Finally we walked towards the royal palace. Outside there are photographs of the current king with his fourth wife and his father who died in 2016. I ask María questions about the monarchy, her monarchs and what does she think of them? She replies that in Thailand there is a "Lése-majesté" law, which means that they cannot speak ill of the royal family, especially in public. Perhaps in private and in Spanish, she will give me her opinion later. That's why I keep her name a secret. I imagine it would be the dream of our "Peje". How insecure must you be to enact such a law? And also what kind of corruption and ineptitude must be dealt with?
The palace turned out to be a fraud even for the Thais. The architect they hired in the 19th century simply copied Buckingham Palace and when they found out he fled the country. Later the Thais decided to put the traditional peaked, golden and snake-shaped roofs, instead of the original English roof. By the way, the colors of the roofs of the temples are the same as the 7-eleven, which, like Oxxos, swarms in the streets.
We stay in the gigantic One World shopping mall, which is close to our avenue. There we would look for where to eat. An eight-story center with shops of all kinds and natures. Two “food courts”, a simple one on the second floor and a more sophisticated one on the eighth floor. We headed to this one. We chose a Thai restaurant, which we really liked. Not so spicy, not so seasoned. Special for my palate, at an extremely reasonable price and with a warm atmosphere that did not seem to be located in a mall. Later we left for the hotel in a tuk tuk that charged us 100 Bht or 3 USD.
We were hesitant to go on the night tour that had been booked for us. A boat ride along the Chao Phraya River with dinner included. 45 minutes between the St. Regis and the Anatara, which was where the boat left. 45 minutes between traffic and observing modern suspension bridges between the two rivers and motorcyclists risking their skins to be the first to leave the traffic light once it turns green.
At 7:02 a.m., the 20 registered passengers got on board and without further notice of safety rules -fortunately- we started the journey that lasted exactly two hours. The mix of tourists was completely heterogeneous and surely we could have gotten universal DNA from the human being if we scrambled them all. About three European couples, but they were not from the same country. Two Asian families. One more from India or thereabouts. Two from the Arabian peninsula and one more African. And representing the American continent, us and our neighbors in New York. A global world in a wooden boat.
The walk was lovely. The temples we saw in the morning, now illuminated, glowed for a beautiful contrast, weaving together a multicolored tapestry of shapes and colors. Combined by the modern yacht club, a gigantic shopping center, Siamcom, with monstrous luxury stores: Hermes, Chanel, Dior among others in capital size. Las Vegas branches seemed miniature compared to these. Other luxury hotels like The Peninsula and the Mandarin Oriental also overlooked the river. All this luxury was intertwined with local restaurants that looked full and some occasionally scattered houses where locals could be seen having a beer resting on their terraces. And the Thai dinner that we feared would be bad, was to our liking.
Back at the hotel, we asked Tina that she would drop us off at Patpong, the famous street with night food and that Maria had described as “the street with daring girls” to which she commented “The man understood me”. The meals were not craving, the stalls were more than just souvenirs of bad fakes and many street vendors promoting the "menu" of daring girls. This was quite disgusting and deplorable for what I prefer not even to mention the "cymbals" to choose. The saddest thing of all was to see the poor girls sitting in the cabarets waiting for the customers. Surely and only by official rule they would be over 18 years of age, but very hardly. There was still a trace of innocence on their faces. We went out running as fast as we could. We hired a tuk tuk that will take us to the hotel.
We still had energy and we sat at the bar of Zuma, a beautiful and famous bar, which has branches in St. Tropez, St. Moritz, New York, Madrid and other iconic places. We struggled to order a non-alcoholic cocktail, but we made up a few and showed the bartender something in passing. A DJ was mixing modern music and the atmosphere was cosmopolitan. In the distance were two girls who were daring from miles away but with refined clothes and manners. The conversation revolved around this topic. Even with the same profession -whether chosen or as the only measure to get out of an environment of poverty-, what big difference does money make? What difference was there in those who looked for clients in Zuma and those who waited on the street from Patpong? Nobody chooses where to be born. Why then judge?
The next day they would pick us up very early and we had to be punctual, so after a couple of drinks we went to sleep. Maria was already on time waiting for us in the lobby at 7:00 am. Very tidy, we had already devoured a great breakfast. "I'm worried about arriving on time" she told us. "There is a lot of traffic and the train passes at 8:30 sharp." I didn't know what she was talking about, I didn't take the precaution of reading the program. You had to take a drive to the outskirts of Bangkok to get to the Maeklong railway market.
This market has the peculiarity that the train crosses through it several times a day. The stalls and stalls are centimeters from the tracks and the merchants spread their products on the edge of the tracks. Every time the railway is about to arrive, the vendors recognize the warning bell and jump out of their chairs to remove the roofs and their wares. Fruits, souvenirs, scarves and there are very few original stalls selling spices and animals to eat. Some of them -fruits, for example- stayed on the ground so the train passed over them. We were assigned front row seats, so to speak. We paid the ticket in a cafe, while the train passed, all the tourists took the opportunity to make a video with the train in our faces. Once it passed, the vendors returned all their merchandise to the tracks and put the roofs back on, as if nothing had happened there. Certainly trade always finds loopholes to maintain itself.
We bought a fruit that comadre Paty, who lived in Jakarta and a specialist in Southeast Asia, had told us we couldn't stop trying: mangosteens. In Verne's play, Passepartout offers them to Fog as he gets off the Rangoon and calls them “mangustos”. “Apparently they are like apples, but much tastier,” he tells her.
Later we went to the other end of the city to see another market. The float at Damnoen Saduak. We went early and we still had a place to park the minivan where our gondola was already waiting for us. In a series of Venetian-style canals there were various souvenir stalls on their edges and similar to Xochimilco, local “trajineras” passed by selling beers and fruits.
Our gondola was single-rowed by a lady in her mid-fifties, still strong and fast. Post covid they allowed powered gondolas to sail which are a mess. We were among the first to arrive and even so, there were already canals that were full of boats, generating traffic similar to that of the streets. Apparently, in Bangkok, traffic is the common denominator.
We return to the hotel to enjoy an afternoon in the pool on the 15th floor. A refreshing bath in the SPA and we head to the Siroco. María warned us that it would be expensive and she explained that one of the most famous scenes of the movie “Hang Over 2” was filmed there. We arrived punctually at 6:30 a.m. at the Lebua hotel lobby and the restaurant was on the terrace of the 64th floor.
Actually, the terrace was the restaurant. It is a magnificent “roof top” with cocktails and a transparent bar, which would be a nightmare if you suffer from vertigo. It has a magnificent view of the entire city, so we were able to appreciate once again an orange sunset and how the temples were lighting up and turning on the lights of the metropolis between two rivers. A world-famous gastronomy that was not difficult to eat and even enjoy. We were served by a Mexican waitress who was doing her internship in Bangkok. The dinner was really expensive, I prefer to omit the price we paid. Same as I will average in my mind, with the dinners we didn't have in Tokyo.
I found a country proud of its customs and tolerance. Proud to know that they have never been conquered. Even in colonial times, "Their kings were more intelligent, to allow themselves to cut off arms and legs, but keep their own body", a phrase that María told me in reference to the fact that they handed over Cambodia and Laos to France before, in exchange for remaining independent. A country famous for its sex change operations and its busy nightlife. A multicolored, almost multiracial ethnicity. Many with Asian features but with more pearly and even darker skin, also mixed with Indian, Arab and Polynesian features. Surely this confluence of races amalgamates that tolerance that they proclaim. Everyone is always with a smile on their faces and ready to help.
Next stop, a beach in Thailand.