Luis Ramón
"El destino es algo que se debe mirar volviéndose hacia atrás, no algo que deba saberse de antemano".
“Las cosas que se pueden comprar con dinero es mejor comprarlas sin pensar demasiado si ganas o pierdes. Es mejor ahorrar energías para aquellas cosas que no pueden comprarse con dinero".
Haruki Murakami
Novelista y corredor japonés (1949- )
“El marido y la mujer deben ser como los ojos y las manos. Cuando duelen las manos, los ojos lloran. Y cuando los ojos lloran, las manos secan las lágrimas”
Proverbio japonés
Decidimos que el sudeste asiático sería el destino para festejar nuestro 30 aniversario. Busqué la manera de volar por alguna línea asiática, pero por cuestiones de fechas y horarios, la mejor escala fue en Tokio por United Airlines. Así que pasaríamos al menos tres noches en la capital del país del sol naciente.
Desafortunadamente las líneas americanas te tratan como si te estuviesen haciendo un favor, incluso al viajar en Business. Sin la atención de Aeroméxico, las líneas asiáticas o del medio oriente con camas lo más angostas posibles, con tal de poner una línea de asientos extra. Pero en este vuelo, realmente exageraron ya que para 14 horas en el aire dieron sólo una comida y bolsitas de pretzels. No estoy exagerando: Solo bolsitas de pretzels.
Como el vuelo salía de Houston a las diez de la mañana no era un horario para ir dormido todo el día. Vi toda la película de “Wakanda Forever”, un churro infumable de Marvel, el primero que veo y aparentemente el peor de Warner Bros. Para colmo, se inventan a un Kukulkán como el malo de la trama. Esta película comprueba otra vez, que la “excepción hace la regla”.
Además de al menos ir en horizontal, lo mejor del vuelo fue que gracias a que uno de los otros pasajeros llevaba la ventana abierta y desconozco si lo hizo a propósito, pudimos observar desde 10,000 metros de altura toda la línea costera de Alaska. Se distinguían perfectamente las montañas nevadas por completo y los glaciares en las desembocaduras de los ríos. Estando todavía en el invierno, supongo que luce aún más. Imaginé un frío letal y quise pensar en osos polares recorriendo esa frontera. Un espectáculo maravilloso.
Me sorprendió el aeropuerto de Narita. Pero para mal. Después de haber estado en los aeropuertos de Beijing, Seúl y Shanghái, imagine que el japonés sería una maravilla. Un aeropuerto antiguo, cansado, eso sí, limpio y muy ordenado. Nos recibió una pared pintada de Mario Bros. y sus amigos, a quienes desconozco. Una enorme fila para hacer migración donde cometí el error de no pedir el sello para recuperar los impuestos. Ilusamente, pensé que no compraríamos nada. Me abstuve de comprar una SIM Card y al igual que me había prometido no tomar en este viaje, solo checaría los mensajes donde hubiera WiFi. A pesar de que todas las chicas traían cubrebocas, estoy seguro de que estaban sonriendo y todas también con un cutis terso, de porcelana y blanco, como la nieve que acaba de ver en Alaska.
Cambie algo de dinero a razón de 133 yenes por dólar. Tomamos un taxi, que nos advirtieron sería caro. Era un Toyota de modelo antiguo, casi completamente cuadrado. Supongo que modernizado, pues era eléctrico. Con un octogenario conductor de traje negro y guante blanco, que tenía cubiertos los asientos con tela de encaje y plástico. Como muebles de casa de abuelas. Tokio nos recibió con un cielo color acero inoxidable, gris, pero reluciente. No era un ambiente contaminado, solamente de ese color. De hecho, el taxi traía un monitor de la calidad del aire, que marcaba con una aguja en azul, que se encontraba prácticamente libre de partículas.
El trayecto desde Narita hasta el Marriott fue largo, casi una hora de camino de carreteras de cuatro carriles por lado, entre bosques prácticamente vacíos, que se fueron saturando de vehículos conforme nos acercamos a la ciudad. Aprovechamos para mencionar marcas japonesas que nos vinieran a la memoria: Toyota, Honda, Mitsubishi, Hitachi, Panasonic, Kawasaki, y la lista seguía: Canon, Yakult, Acura, Mazda, Lexus, Sony, Nintendo, Shiseido, Asics y sin contar las que yo conocía del mundo eléctrico. No cabe duda, que aún a lo lejos, estamos invadidos por Japón y su gran cultura.
El cuarto del hotel estaba bueno a secas. Con el cansancio acumulado preferimos no salir e intentar vencer rápidamente al jetlag. Desde Monterrey había cancelado los tours, pues estaban hirviendo con un costo de 2,500 USD por persona. Recopilé información de la red y organicé las paradas esenciales para dos días.
Pese a que nos informaron de la excelente red de transporte público de Tokio. Más de 25 líneas de metro, más otras veintitantas de tren. Opté por conocer la ciudad en taxi, para al menos verla por arriba. Las calles lucen vacías, como si todavía estuviéramos en Covid. Solo taxis negros recorren las avenidas. Tan brillantes que el azabache relincha de limpio. Los árboles están desnudos, luciendo solo sus musculosas ramas ya que faltaban semanas para que vistan sus verdes hojas. Este panorama luce apagado y seguramente resta la vivacidad que tal vez se observa en otras temporadas del año.
Con media hora de camino y contra todos los pronósticos previos, el sol se hacía un hueco entre el grisáceo cielo para teñirlo de un azul resplandeciente. La temperatura también era agradable, aproximadamente 15 grados con una brisa marítima que ayuda a evitar cualquier alergia. Edificios a lo largo de todas las calles. Aceras amplías para que la gente pueda caminar. Curioso ver que manejan del lado izquierdo y sin entender absolutamente nada de lo que dicen los anuncios de las calles.
Llegamos a nuestra primera parada: la puerta roja que da inicio al barrio de Asakusa. Esto le da algo de color. Recorrimos la calle principal entre lo que suponemos turistas japonesas vestidas con sus tradicionales kimonos, medias blancas y chanclas de pico de gallo. Todas, como mujeres de cualquier parte del mundo, chachalaqueando entre ellas. Se escucha una atmósfera de calidez y buen humor. Una avenida flanqueada por puestos ondeando banderitas de Japón, vendiendo diversas chucherías y platillos tradicionales
Aquí se encuentra el templo Sensō-ji, un templo budista. Los templos orientales consisten en una “puerta” abierta para pasar a una nueva explanada en la que se encuentra una pagoda más grande donde alberga un buda o figura a la que alaban, rezan y perfuman con incienso. Diversos expendios venden una hojita con una especie de horóscopo. Y similar al Templo de la Virgen Desatanudos, amarras la hojita y en un lugar de árboles, lo haces en unos tendederos de metal diseñados para este efecto. Salvo que solo colocas aquellos que pronosticaron mala suerte. A mí me tocó “Best Luck”, comprobando una vez más lo bendecido que soy.
Después de varias fotos entre budas y jardines, buscamos un lugar donde se pudiera fumar. Sin querer nos topamos con lo que en México sería catalogado como una fonda, en la que contaban con ceniceros en las mesas de la calle. Justo al lado donde estaban friendo o cociendo, no lo sé, tofu, huevos y mariscos. Y como fonda, las tres señoras que atendían el lugar traían puesto una especie de delantal. A señas, nos invitaron a sentarnos al fondo, en unos incómodos bancos. El vicio fue mayor al riesgo de entrar. No solo eso, decidimos probar. Nos aventuramos a escoger platillos sin un menú con fotografías. Un arroz con pollo y un plato de noodles, que resultó, obviamente, mucho mejor que una copa Nissin o Maruchan. Nada mal para una comida callejera.
La siguiente parada, aparentemente infaltable, eran los jardines imperiales. Mismos que por ser cumpleaños del emperador esa semana, tuvimos que dar una vuelta gigantesca para entrar por otra puerta donde podías dedicarle una postal de felicitación al señor y regresar, sin poder ver nada. Del esplendor de estos jardines no vimos nada. Tampoco le dedicamos la tarjeta al emperador.
Con la puntualidad que los ingleses quisieran emular, la naturaleza mantiene sus relojes a punto. Y los cerezos aún cuando estamos a solo unos días de que florezcan, aún no lo han hecho. Ya nos habían comentado que lo hacen justamente hasta el primero de marzo. Si acaso, un cerezo lambiscón, que, por estar sembrado en casa del emperador, comenzaba a florecer y todos se toman foto con él.
Llegamos por fin a la zona de Ginza. Conocida por sus gigantes almacenes y tiendas de las mejores marcas del mundo. El edificio GinzaSix. Resultó ser un edificio con otro montón de tiendas de lujo dentro. Ya con la panza llena, ahora sí a recorrer cada uno de los pisos. Un piso completo con boutiques de ropa de golf de marcas, la mayoría de ellas, desconocidas en el mundo occidental. Para sorpresa de Karla, la talla más grande de zapatos y spikes para dama que se maneja en Japón es el 8.5, así que por más novedosos, bonitos y potencialmente cómodos que lucieran, no había modo de probárselos. Como Anastasia y Griselda, con la zapatilla de Cenicienta. Descubrimos también que aún las marcas americanas, llevan otros modelos y cortes para este mercado. Los pantalones Lululemon son más cortos, por poner un ejemplo de adaptación al entorno.
Decidí hacer una pequeña carrera matutina. Me mostraron una ruta para hacer “footing” alrededor del hotel. Aún con una jauría de sabuesos o un equipo de detallistas detectives, es casi imposible encontrar basura en el suelo, salvo y solo para hacer la excepción, alguna hojita despistada que ha decidido caer antes de tiempo.
En el recorrido me preguntaba, ¿Cómo es posible que no haya una sola basura en toda la ciudad?, no me queda más que suponer que además del enorme sistema de limpieza que seguramente tiene la ciudad, la clave está en que nadie tira basura. Si el origen está bien cimentado, el resultado final requiere menos esfuerzo. Es bien sabido que, en los estadios de los mundiales, los japoneses recogen toda su basura y seguramente la del equipo contrario también.
El frío hace que todos los habitantes vistan con abrigos, generalmente de color oscuro. Esto al igual que en Madrid, hace que la gente luzca más elegante que en aquellos lugares donde se acostumbra vestir abrigos multicolor. Además, Japón es la tercera economía más grande del mundo, seis veces más chica que la americana y cinco que la china, pero mayor que la alemana. Por lo que todos tienen acceso a mejores vestimentas. Esto no se logra con un pueblo mal educado y seguramente su sistema educativo les permite alcanzar estos estándares. Aún guardo un libro de matemáticas, que compré en una feria, en el que enseñaban ecuaciones diferenciales y series de Fourier en primero de secundaria, con el ejemplo del jugo de verduras, que después lo hice propio en mis cursos de armónicas.
Esto es lo que más me gusta de correr. Tengo un espacio íntimo para platicar conmigo mismo de todo tipo de temas. Reconozco que muchos de ellos no les interesan a todos, pero a mí sí. Me convierto en un emisor y receptor de ese mensaje, que va formándose como una vasija de arcilla, en el rodillo y las manos de un alfarero.
Otro gran desayuno y directo a la primera parada. El día volvió a amanecer nublado y con un ligero descenso en la temperatura, pero nada que ver con el pronóstico que teníamos de heladas de 0 grados. Estaba en unos agradables 12 a 15 grados. Para no faltar a la costumbre, nos tocó otro octogenario conductor - tal vez sea una regla, pues de ocho, ocho-. Escogí ir al mercado de pescado Tsukiji, el más grande del mundo. Hoy sigue siendo el mercado de pescado, pero ya no se subastan las grandes lonjas de atún, sino que quedan puestos de mariscos, pescados, sushi y uno que otro que vende carne y café. Para nosotros fue suficiente y nos divertimos mucho entre todos los puestos. Y como reza la máxima “a donde fueras, haz lo que vieras”, pues nos sentamos a comer sushi en otro puesto callejero.
Caminamos luego hasta llegar al parque de los jardines Hamarikyu. Este jardín es famoso por su estanque de agua salada, que entra directamente desde la bahía de Tokio. Antes de llegar al estanque nos recibieron unos pinos centenarios, soportados con muletas. Pinos supuestamente desde la época de los Shogunes, que ahora, como ancianos de 300 años les ayudan a mantener todas sus ramas, con apoyos de madera. Más adelante, un campo de flores amarillas que cobijan la única hilera de cerezos que retan a la madre naturaleza y ya florecen, todos al mismo tiempo, como un baile de ballet bien ensayado.
Las flores blancas se abrían todas a la par y en contraste con un par de árboles que florearon de color morado. No supimos porque solo esa huerta en todo Tokio adelantó su floración, pero se lo agradecimos. Hoy podemos decir que ya estuvimos en el “Cherry Blossom”. De salida encontramos el estanque, que tiene tres preciosas casas de té. Y dan una vista que combina los gigantescos rascacielos de acero, vidrio y concreto, con las casas de té con techos de paja y paredes de madera, casi de papel. Dos mundos de tiempos distintos conviviendo en uno solo.
De ahí, en otro taxi, negro y con conductor anciano con guantes, partimos obviamente al famoso “Scramble crossing” en el barrio de Shibuya. Un cruce peatonal gigante con al menos cinco o seis cruces de cebra.
En medio de edificios que anuncian a los que supongo son los jóvenes japoneses cantantes de moda. El cruce es ordenado como todo en Japón. Solo hasta que aparece la luz verde que tarda exactamente 11 segundos, cruzan todos. Y son cientos de personas las que están cruzando para todos lados en ese momento. El barrio supuestamente es la cuna de la moda. A nosotros nos pareció bastante chafito. Eso sí, por mucho, donde más juventud habíamos visto.
A la parada siguiente, supongo que dimos una vuelta de 180 grados, a Roppongi Hills, casi una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Un complejo de edificios y entretenimiento, con tiendas como Bottega Veneta, Christian Louboutin y de ese estilo, que sólo puedes ver por fuera. Centros comerciales con tiendas de este nivel, Tokio tiene para aventar para arriba. También hay cines, museos y muchas obras de arte urbano. Finalmente observamos el atardecer en la famosa torre de Tokio.
Este barrio al parecer tiene vida las 24 horas, pues además están todas las embajadas. Intentamos recorrer la zona de bares, pero comenzó a llover. Así que de regreso al hotel. No pensé que, en tres días, no saldría ninguno de ellos a cenar. "Antes creía que me haría mayor poco a poco, año tras año. Pero no. Uno se hace adulto de golpe y porrazo", mencionó Haruki Murakami en uno de sus libros y tal vez tenga razón. Esta vez no me incomodé con esa decisión, tal vez haya llegado el porrazo.
Por la mañana, nos esperaba una camioneta Mercedes, negra obviamente, con solo dos asientos, mejor que una limosina, para llevarnos al aeropuerto de Haneda. Afortunadamente, tuve la precaución de revisar el vuelo y nuestro vuelo a Bangkok salió de éste. En el camino nos salieron al encuentro, dos grupos de niñas o adolescentes vestidas con un uniforme colegial similar al occidental con falda de cuadros, camisa blanca y suéter, medias blancas y calzando zapatos bajos, en este caso con la combinación café y azul oscuro. Como todo en Japón, sumamente ordenadas.
Sin querer, revolotearon en mi memoria, mis días de niño viendo en la televisión en blanco y negro a la Señorita Cometa. Recordar a Takeshi y Koyi, aunque me parece que ellos no traían uniforme. A Shibigon y al profesor marcando a Cometa con treses y cuatros en la mejilla. O las infames peleas de Ultraman, Ultra Siete, Fantasmagórico y Monstruos del espacio. Todas estas series en español, que seguramente no duraron nada en Japón, pero en México fueron un éxito total. Hoy, las pantallas están llenas de Anime, que era un tour, supuestamente imperdible, que decidimos ni siquiera considerar.
El aeropuerto de Haneda, pese a ser más viejo cuenta con un mayor tráfico aéreo, con más de 80 millones de pasajeros al año. El de Narita con 47 millones, similar al ACIM. La terminal internacional del Haneda se abrió en el 2010 y es la que conocimos, muy elegante y gigantesca. No puedo dejar de sentir rabia, cada vez que piso un aeropuerto así y saber que por un capricho se canceló el aeropuerto de la Ciudad de México. Y seguimos recibiendo a todo el turismo en una ruina.
Seguramente dejamos mucho sin ver y mucho por hacer. Pero, por otro lado, con lo que vimos, nos llevamos una imagen muy clara y unos recuerdos hermosos de Tokio. Una megápolis, situada en el mar, repleta de edificios gigantescos, con su gente sumamente ordenada. No puedo decir aburrida, porque prácticamente todos sonreían. Fisonomías muy parecidas entre todos ellos, como sacados del mismo molde.
Ahora entiendo mejor las novelas de Murakami, que casualmente me traje una de él para el avión y se ha convertido en uno de mis escritores favoritos. Y aún sin conocer la ciudad de noche – que seguramente tendrá su vibra -, no siento que me haya faltado nada.
"Fate is something to look back on, not something to be known in advance."
“Things that can be bought with money are better bought without thinking too much about whether you win or lose. It is better to save energy for those things that money cannot buy."
Haruki Murakami
Japanese novelist and runner (1949- )
“Husband and wife should be like eyes and hands. When the hands hurt, the eyes cry. And when the eyes cry, the hands dry the tears.
Japanese proverb
We decided that Southeast Asia would be the destination to celebrate our 30th anniversary. I looked for a way to fly on an Asian airline, but due to dates and times, the best stopover was in Tokyo by United Airlines. So we would spend at least three nights in the capital of the country of the rising sun.
Unfortunately the American airlines treat you as if they were doing you a favor, even when traveling in Business. Without the attention of Aeroméxico, the Asian or Middle Eastern lines with beds as narrow as possible, in order to put an extra line of seats. But on this flight, they really overreacted as for 14 hours in the air they gave only one meal and pretzel bags. I'm not exaggerating: Just pretzel bags.
Since the flight left Houston at ten in the morning, it was not a time to sleep all day. I saw the entire “Wakanda Forever” movie, an unstoppable Marvel churro, the first I've seen and apparently the worst from Warner Bros. To top it off, they invent a Kukulkan as the bad guy in the plot. This film proves again that the "exception makes the rule".
In addition to at least going horizontally, the best thing about the flight was that thanks to the fact that one of the other passengers had the window open and I don't know if he did it on purpose, we were able to observe the entire Alaskan coastline from 10,000 meters above sea level. The completely snow-capped mountains and the glaciers at the mouths of the rivers were perfectly distinguishable. It's still winter, I guess it looks even better. I imagined a deadly cold and wanted to think of polar bears walking that border. A wonderful show.
I was surprised by Narita airport. But for bad. Having been to the airports in Beijing, Seoul and Shanghai, imagine that the Japanese would be a blast. An old airport, tired, yes, clean and very tidy. We were greeted by a wall painted with Mario Bros. and his friends, whom I don't know. A huge queue to do migration where I made the mistake of not asking for the stamp to recover the taxes. I deludedly thought that we would not buy anything. I refrained from buying a SIM Card and just as I had promised myself not to take on this trip, I would only check the messages where there was WiFi. Even though all the girls were wearing masks, I'm sure they were all smiling and they were all smooth, porcelain white, like the snow you just saw in Alaska.
Change some money at the rate of 133 yen to the dollar. We took a taxi, which we were warned would be expensive. It was an early model Toyota, almost completely boxy. I suppose modernized, since it was electric. With an eighty-year-old driver in a black suit and white glove, who had the seats covered with lace fabric and plastic. Like grandmother's house furniture. Tokyo greeted us with a sky that was the color of stainless steel, gray, but gleaming. It was not a polluted environment, just that color. In fact, the taxi brought an air quality monitor, which was marked with a blue needle, so that it was practically free of particles.
The drive from Narita to the Marriott was long, almost an hour on roads with four lanes on each side, between practically empty forests, which became saturated with vehicles as we approached the city. We took the opportunity to mention Japanese brands that came to mind: Toyota, Honda, Mitsubishi, Hitachi, Panasonic, Kawasaki, and the list went on: Canon, Yakult, Acura, Mazda, Lexus, Sony, Nintendo, Shiseido, Asics and not counting the that I knew of the electrical world. There is no doubt that even in the distance, we are invaded by Japan and its great culture.
The hotel room was good to dry. With the accumulated fatigue we prefer not to go out and try to overcome the jet lag quickly. From Monterrey he had canceled the tours, as they were boiling with a cost of 2,500 USD per person. I collected information from the network and organized the essential stops for two days.
Despite being informed of Tokyo's excellent public transportation network. More than 25 metro lines, plus another twenty-odd train lines. I chose to get to know the city by taxi, to at least see it from above. The streets look empty, like we're still in Covid. Only black taxis go through the avenues. So bright that the jet neighs clean. The trees are bare, showing off only their muscular branches, since they were weeks away from seeing their green leaves. This panorama looks subdued and surely detracts from the liveliness that may be observed in other seasons of the year.
Half an hour away and against all previous forecasts, the sun made a hole in the grayish sky to dye it a resplendent blue. The temperature was also nice, about 15 degrees with a sea breeze which helps to avoid any allergies. Buildings along all the streets. Wide sidewalks so people can walk. Curious to see that they drive on the left side and without understanding absolutely nothing of what the street signs say.
We arrive at our first stop: the red gate that begins in the Asakusa neighborhood. This gives it some color.
We walked along the main street among what we assume to be Japanese tourists dressed in their traditional kimonos, white stockings, and pico de gallo flip-flops. All of them, like women from any part of the world, chattering among themselves. An atmosphere of warmth and good humor is heard. An avenue lined with stalls waving Japanese flags, selling various traditional trinkets and dishes
Here is the Sensō-ji temple, a Buddhist temple. The oriental temples consist of an open "door" to go to a new esplanade in which there is a larger pagoda that houses a Buddha or figure to which they praise, pray and perfume with incense. Various outlets sell a sheet with a kind of horoscope. And similar to the Temple of the Virgin Untie Knots, you tie the leaf and in a place of trees, you do it on metal clothes lines designed for this purpose. Except that you only put those that predicted bad luck. I got “Best Luck”, proving once again how blessed I am.
After several photos among Buddhas and gardens, we looked for a place where one could smoke. Unintentionally we ran into what in Mexico would be classified as an inn, in which they had ashtrays on the tables in the street. Right next to where they were frying or cooking, I don't know, tofu, eggs and shellfish. And as a restaurant, the three ladies who ran the place wore a kind of apron. With signs, they invited us to sit in the back, on some uncomfortable benches. The vice was greater than the risk of entering. Not only that, we decided to try. We ventured to choose dishes without a menu with pictures. A rice with chicken and a plate of noodles, which was obviously much better than a Nissin or Maruchan drink. Not bad for street food.
The next stop, apparently inevitable, were the imperial gardens. Same as because it was the emperor's birthday that week, we had to take a gigantic turn to enter through another door where you could dedicate a congratulatory postcard to the lord and return, without being able to see anything. Of the splendor of these gardens we saw nothing. We also do not dedicate the card to the emperor.
With the punctuality that the English would like to emulate, nature keeps their clocks ready. And the cherry trees, even though we are only a few days away from blooming, have not yet. They had already told us that they would do it until the first of March. If anything, a cherry tree, which, because it was planted in the emperor's house, began to bloom and everyone took a picture with it.
We finally made it to the Ginza area. Known for its giant stores and stores of the best brands in the world. The Ginza Six building. It turned out to be a building with another bunch of luxury stores inside. Already with a full belly, now it is time to visit each of the floors. A whole floor with brand golf clothing boutiques, most of them unknown in the western world. To Karla's surprise, the largest size of women's shoes and spikes available in Japan is 8.5, so no matter how new, beautiful and potentially comfortable they looked, there was no way to try them on. Like Anastasia and Griselda, with Cinderella's slipper. We also discovered that even American brands carry other models and cuts for this market. Lululemon pants are shorter, to give an example of adaptation to the environment.
I decided to do a little morning run. They showed me a jogging route around the hotel. Even with a pack of bloodhounds or a team of detailed detectives, it is almost impossible to find garbage on the ground, except and only to make the exception, some clueless leaf that has decided to fall prematurely.
During the tour I wondered, how is it possible that there is not a single piece of garbage in the entire city? I can only assume that in addition to the enormous cleaning system that the city surely has, the key is that no one throws garbage. If the origin is well established, the final result requires less effort. It is well known that, in World Cup stadiums, the Japanese collect all their rubbish and surely that of the opposing team as well.
The cold makes all the inhabitants wear coats, generally dark in color. This, as in Madrid, makes people look more elegant than in those places where it is customary to wear multicolored coats. In addition, Japan is the third largest economy in the world, six times smaller than the American one and five times smaller than the Chinese one, but bigger than the German one. So everyone has access to better clothing. This is not achieved with poorly educated people and surely their educational system allows them to reach these standards. I still have a math book, which I bought at a fair, in which they taught differential equations and Fourier series in first grade, with the example of vegetable juice, which I later made my own in my harmonica courses.
This is what I like most about running. I have an intimate space to talk to myself about all kinds of topics. I recognize that many of them do not interest everyone, but I do. I become a sender and receiver of that message, which is forming like a clay pot, in the rolling pin and the hands of a potter.
Another great breakfast and straight to the first stop. The day again dawned cloudy and with a slight drop in temperature, but nothing to do with the forecast we had for 0 degree frost. It was a nice 12 to 15 degrees. In order not to break the custom, we had another eighty-year-old driver - perhaps it is a rule, because of eight, eight. I chose to go to the Tsukiji fish market, the largest in the world. Today it is still the fish market, but the large tuna markets are no longer auctioned, but there are stalls selling seafood, fish, sushi and the odd one that sells meat and coffee. For us it was enough and we had a lot of fun between all the stalls. And as the maxim says "wherever you go, do what you see", well, we sat down to eat sushi in another street stall.
We then walked until we reached the park of the Hamarikyu gardens. This garden is famous for its saltwater pond, which enters directly from Tokyo Bay. Before reaching the pond, we were greeted by some hundred-year-old pines, supported on crutches. Pine trees supposedly from the time of the Shoguns, who now, as 300-year-old elders, help them maintain all their branches, with wooden supports. Further on, a field of yellow flowers that shelter the only row of cherry trees that defy Mother Nature and are already blooming, all at the same time, like a well-rehearsed ballet dance.
The white flowers were all opening up in tandem and in contrast to a couple of trees that bloomed purple. We didn't know why only that one orchard in all of Tokyo had early flowering, but we were grateful. Today we can say that we were already in the "Cherry Blossom". At the exit we find the pond, which has three beautiful tea houses. And they give a view that combines the gigantic skyscrapers of steel, glass and concrete, with the tea houses with thatched roofs and wooden walls, almost made of paper. Two worlds of different times living together in one.
From there, in another taxi, black and with an elderly driver with gloves, we obviously left for the famous “Scramble crossing” in the Shibuya neighborhood. A giant pedestrian crossing with at least five or six zebra crossings.
In the middle of buildings that advertise what I assume are the trendy young Japanese singers. The crossing is orderly like everything in Japan. Only until the green light appears, which takes exactly 11 seconds, do they all cross. And there are hundreds of people who are crossing to all sides at that moment. The neighborhood is supposedly the cradle of fashion. We thought it was pretty dodgy. Of course, by far, where we had seen more youth.
At the next stop, I guess we did a 180 degree turn, to Roppongi Hills, almost a small city within a city. A complex of buildings and entertainment, with stores like Bottega Veneta, Christian Louboutin and the like, that you can only see from the outside. Malls with stores of this level, Tokyo has to winnow up. There are also cinemas, museums and many works of urban art. Finally we watched the sunset at the famous Tokyo tower.
This neighborhood apparently has 24-hour life, as there are also all the embassies. We tried to go around the bar area, but it started to rain. So back to the hotel. I didn't think that, in three days, none of them would go out to dinner. "Before, I thought that I would get older little by little, year after year. But no. One becomes an adult all of a sudden," Haruki Murakami mentioned in one of his books and perhaps he is right. This time I did not bother with that decision, perhaps the blow has arrived.
In the morning, a Mercedes van, obviously black, with only two seats, better than a limo, was waiting for us to take us to the Haneda airport. Luckily I was careful to check the flight and our flight to Bangkok came out of it. On the way we were met by two groups of girls or adolescents dressed in a school uniform similar to the western one with a checkered skirt, white shirt and sweater, white socks and wearing low shoes, in this case with the brown and dark blue combination. Like everything in Japan, it is extremely orderly.
Unintentionally, they fluttered in my memory, my days as a child watching Miss Comet on black and white television. Remember Takeshi and Koyi, although it seems to me that they did not wear a uniform. Shibigon and the professor marking Comet with threes and fours on the cheek. Or the infamous fights of Ultraman, Ultra Seven, Spooky and Space Monsters. All these series in Spanish, which surely did not last long in Japan, but in Mexico they were a total success. Today, the screens are full of Anime, which was a tour, supposedly unmissable, that we decided not to even consider.
Haneda airport, despite being older, has more air traffic, with more than 80 million passengers a year. Narita's with 47 million, similar to ACIM. The Haneda international terminal opened in 2010 and is the one we met, very elegant and gigantic. I can't stop feeling angry every time I step foot in an airport like this and know that the Mexico City airport was canceled on a whim. And we continue to receive all the tourism in a ruin.
Surely we left a lot unseen and a lot to do. But, on the other hand, with what we saw, we took with us a very clear image and beautiful memories of Tokyo. A megapolis, located on the sea, full of gigantic buildings, with its extremely orderly people. I can't say boring, because practically everyone was smiling. Very similar physiognomies among all of them, as if taken from the same mold.
Now I understand Murakami's novels better, so I happened to bring one of his for the plane and he has become one of my favorite writers. And even without seeing the city at night – which will surely have its vibe -, I don't feel like I missed anything.